La expectación creada por la visita del grupo europeo de mayor éxito entre los jóvenes no fue acorde a lo vivido anoche en el Palacio de Deportes. Cuando a cinco minutos del arranque de Tokio Hotel se constató que el recinto no iba a llenarse ni de lejos, los periodistas empezaron a hacer conjeturas. Que si un martes no es el mejor día para convocar masas estudiantiles, que si el nuevo álbum no ha tenido tiempo suficiente para calar hondo...
El caso es que haber acampado para conseguir buen sitio -docenas de jovencitas plantaron sus tiendas frente al recinto días antes para entrar las primeras- no sirvió para nada. Abrirse paso hasta la primera fila no requirió anoche el menor esfuerzo. La nota positiva es que a los chicos de Tokio Hotel no parecieron importarles las calvas en las gradas. En una demostración de profesionalidad, dieron el mismo concierto que hubieran lanzado a una audiencia mucho mayor. Quizá porque lo que está ensayado sigue siendo algo válido a lo que atenerse, sin importar las circunstancias.
Con extrema puntualidad, una nave espacial plantada en el escenario abrió su cascarón mostrando en su interior a Gustav, el baterista de la banda, mientras Bill, Tom y George emergían entre un dañino griterío que seguramente les hizo sentir como en casa. «Noise», «Human» y «Break away» fueron la primera andanada de este grupo cuyo nuevo disco tan pronto emite ecos de Depeche Mode como se deja llevar por melodías efectistas a lo U2 o sorprende con momentos casi grunges -no es broma, fíjense en como sonaría la versión acústica de «Humanoid» sin voz-. Todo un mérito de ingeniería musical.
Bill vistió sus mejores galas, se lanzaron columnas de fuego acompasadas con la guitarra, y salvando los innecesarios descansos hubo dinamismo escénico, así que la audiencia disfrutó de lo lindo. Y es que a pesar de todo, las palmas del público en «Hey You» y los sollozos con «Monsoon», la canción que los convirtió en estrellas, dieron fe de que hay gritos para rato.
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